martes, 17 de julio de 2018

RETRATO DE SUSANA BAMBRIDGE PAUL GAUGUIN


RETRATO DE SUSANA BAMBRIDGE 1891
Retrato de Susanna Bamdbrige
óleo sobre lienzo 70 x 50 cm
Reales Museos de Bruselas






En la primavera de ese mismo año, Gauguin partía hacía Tahiti Mientras él se alejaba en Paris quedaban un grupo de pintores sugestionados por su lección : el grupo de los nabis, es decir , los profetas , porque pretendían anunciar un arte nuevo , en la que la realidad pictórica prevaleciera sobre la realidad física. . A este grupo pertenecieron Eduard Vuillard y Pierre Bonnard , quienes reencontraran en el puntillismo no tanto por su afán de veracidad como para crear combinaciones cromáticas , por lo que en sus manos será un instrumento útil y no un sistema riguroso 




Cuando Gauguin llega a Tahití en 1891 se dedicará a realizar retratos para conseguir dinero rápido. La mujer que contemplamos sería una dama inglesa, casada con un jefe tahitiano, que trabajaba como intérprete. Pagó 200 francos por el retrato, cantidad que el artista no consideró suficiente. 





Del año 1891 es este robusto retrato que Gauguin se empeñó en exagerar sus dimensiones encajándola perfectamente en el lienzo y salpicando su figura con gruesas flores con colores chillones. También parece haber un cierto simbolismo acerca de la psicología del personaje.



La figura de Suzanne aparece en primer plano, recortada sobre un fondo de papel pintado en el que encontramos una flor, sentada en una silla y vestida con un traje estampado. La planitud de la figura y la edad de la modelo recuerdan a La bella Angela, aunque en este caso sea el colorido empleado algo más oscuro, animado por las florecillas del vestido. La influencia de la estampa japonesa y el primitivismo que rodea la imagen son dos cuestiones básicas en la pintura de Gauguin en estos momentos.
Mercedes Tamara
17-07-2018

Bibliografia : ArteHistoria

jueves, 12 de julio de 2018

CAMPO DE COLES POINTOISE CAMILLE PISSARRO




CAMPO DE COLES POINTOISE

Campo de coles, Pontoise
 Óleo sobre , 60 x 80 cm
.
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza 

Frente a las escenas de ocio burgués de Monet, Sisley y Renoir, Camille Pissarro mostró predilección por los ambientes rurales. El pueblo de Pontoise, a 35 km de París, es uno de ellos. Allí vivió Pissarro entre 1872 y 1882, y pintó más de 300 paisajes, todos ellos localizados en un área muy reducida.

Cuando Campo de coles, Pontoise fue expuesto en la primera muestra impresionista en 1874, los comentaristas criticaron la vulgaridad de las coles del primer término. Ahora bien, más allá de la importancia concedida a este motivo, la verdadera protagonista es la bruma matinal que envuelve las formas y que Pissarro capta con una técnica que se debate entre el monocromismo de Corot y la pincelada abierta impresionista. Pissarro, además, recurre a una sólida construcción a base de horizontales y verticales que le acerca a la gran tradición clásica del paisaje francés. El resultado es una obra serena en la que el tiempo parece haberse detenido.

El año de 1873 fue uno de los más importantes en la historia de la pintura francesa. Además de crearse el grupo de artistas que, en la primavera de 1874, expondrían juntos en lo que iba a ser la primera de las ocho exposiciones «impresionistas», por aquel entonces surgió una colaboración que ciertamente habría de cambiar el curso de la historia del arte. Durante todo el año, Paul Cézanne, un joven pintor provenzal, trabajó en un proyecto pictórico colectivo con Camille Pissarro, el artista de más edad de los que posteriormente se denominarían impresionistas. A lo largo de ese año, cada uno de ellos se esforzó en crear un estilo personal de paisaje a través de una continua interacción crítica. A Pissarro, que era indiscutiblemente un maestro del paisajismo, la experiencia le ofrecía la posibilidad de aquilatar el avance conseguido trabajando con Monet -en 1870 y en Inglaterra en 1870-1871-, un artista que se contaba entre los más rotundamente personales de aquella época. Y de este modo el anciano que, por derecho, tendría que haber sido el «maestro» de Cézanne, trabajó con el más joven en igualdad de términos.



Para ejecutar la obra Pissarro caminó unos cinco minutos desde su casa a una zona de Pontoise conocida como «le Chou» («la Col»). Estamos probablemente en octubre o a principios de noviembre; el árbol frutal del primer término ha perdido las hojas pero muchos de los árboles de hoja caduca que se ven al fondo conservan todavía su follaje. El artista ha elegido un momento a última hora del día, cuando los rayos del sol poniente entran «en escena de frente por la derecha» proyectando sombras alargadas sobre el primer término e iluminando escasas zonas del cerro boscoso que constituye el «tema» principal del cuadro de Pissarro. Los campos de aluvión del Chou muestran un aspecto invernal, con repollos crecidos en primer término, alternando con otros productos como patatas, que ya se han arado. La luz que entra por la derecha ilumina un prado de pasto de invierno y el cielo tiene la tonalidad gris dorada de un atardecer invernal. Ha habido por lo tanto un inmenso reto pictórico a la hora de «dar vida» mediante el acto de representación a este paisaje soso y básicamente verde.

La escala y el propósito del paisaje se consiguen gracias a tres figuras. Una pequeña, de una campesina que lleva algo que acaba de recolectar y que mira de frente, obligando al espectador a adoptar un papel activo. La segunda, un campesino que se inclina en medio del campo, tal vez para arrancar nabos o, más probablemente, para recoger leña. La tercera, una mujer que no es más que una pincelada mínima de gris azulado en el bosque, justo detrás de la figura más grande, carga con unos haces de leña que ha recogido en el bosque para encender la lumbre por la noche. A diferencia de los campesinos de Millet, éstos se disimulan en las profundidades del paisaje, para que la narrativa humana no interfiera con la plácida contemplación de este atardecer otoñal en el campo.

Lo más interesante de este cuadro es su «lentitud». Las siluetas de las casas, de un tono gris violáceo, que asoman en lo alto del cerro no son las de las nuevas y acogedoras maisons de campagne pintadas por Monet, Renoir y Sisley aquel mismo año. Son las humildes moradas de los aldeanos que llevan más de mil años trabajando afanosamente estos campos. Lo único breve es la «hora del día» -el crepúsculo- y sabemos que dentro de un cuarto de hora caerá la noche, como lo lleva haciendo desde que los campesinos realizan tareas como éstas en campos como éste. No estamos ante un momento «pasajero» de la vida urbana burguesa, con sus trenes, barcos y ratos de ocio; es decir, no estamos ante un momento «impresionista». Se trata más bien de una hora del día lenta, recurrente, de la Francia profunda y, cuando contemplamos el cuadro, también nosotros reducimos nuestra velocidad.




Mercedes  Tamara
12-07-2018

Bibliografia ForoXerbar 

martes, 10 de julio de 2018

LA VIEJA DE LA COFIA PAUL CEZANNE

LA VIEJA DE LA COFIA



La vieja de la cofia
óleo sobre lienzo 81 x 62 cm
National Gallery Londres




La vieja de la cofia pertenece a la última época de Paul Cezanne . Sus características de estilo demuestran que el pintor ha llegado a la sublimación de sus intereses logrando ya el estilo propio Es decir, a buscar la realidad estructural de las formas 


 La mujer se presenta recluida en una angosta estancia, ensimismada en el rezo del rosario, en sintonía con las primeras obras de Van Gogh. La luz impacta en el rostro y las manos de la anciana, con los puños cerrados sujetando las cuentas del rosario. El aire ensimismado de la mujer hace de esta imagen una de las escasas escenas expresivas pintadas por Cézanne. 


Las tonalidades oscuras dominan el conjunto, distribuyendo el color de manera uniforme en lugar de las pinceladas dinámicas que caracterizan el impresionismo. Emplea gamas de pardos, marrones y azules que aportan mayor austeridad a la composición. La tradición cuenta que la mujer había sido monja en un convento pero perdió la fe a los setenta años y se escapó, siendo encontrada por Cézanne en el campo. Se compadeció de la situación de la anciana y la llevó a vivir a su casa del Jas de Bouffan donde trabajaba en las tareas del hogar.


Mercedes Tamara
10-07-2018

Bibliografia : ArteHistoria

domingo, 8 de julio de 2018

HUERTO CON ÁRBOLES CAMILLE PISSARRO

HUERTO CON ÁRBOLES 1877 ÁRBOLE8
HUERTO CON ÁRBOLES

óleo sobre lienzo 66 x 91 cm

Museo de Orsay Paris


Realizada en 1877 esta obra se puede encuadrar perfectamente en el impresionismo en los primeros síntomas de desintegración. Este cuadro parece inspirarse en las técnicas de Renoir y preludia el puntillismo . Fue ejecutada en Pontoise , desde la ventana del taller del artista que poseía en Paris .




En el primer término los árboles floridos define el espacio atmosférico y el color verde oscuro sirve para definir la vegetación del fondo eligiendo un color verde claro para pintar los árboles Al fondo de la obra, unas casas con tejados azules completan la descripción de esta bella obra del artista 

Mercedes Tamara
9-07-2018

Bibliografia . Wikipedia





lunes, 2 de julio de 2018

CONVERSACIÓN BAJO LOS OLIVOS HENRI MATISSE

CONVERSACIÓN BAJO LOS OLIVOS 


Conversación bajo los olivos
. Óleo sobre lienzo, 100 x 82 cm
 Colección Carmen Thyssen-Bornemisz


Bajo una apariencia apacible, los cuadros de Matisse ocultan a menudo un debate complejo y que, a través de las tensas relaciones entre el tema y el estilo, expresan las aspiraciones conflictivas del pintor. Conversación bajo los olivos es particularmente revelador en este sentido. Dos elegantes damas, de pie sobre el césped, parecen charlar. Detrás de ellas, una avenida; más allá, ligeramente más abajo, un olivar; más lejos, la silueta de una colina, y después, otra. El cuadro fue pintado del natural en 1921, en el interior de Niza. El título, en el que aparecen los olivos, y la sombrilla abierta de una de las jóvenes, hablan del Sur y el sol.

Sin embargo, la gama de colores es limitada: sus grises, blancos, verdes, azules y pardos sordos recuerdan a Corot, cuyo consejo de poner un solo punto rojo en todo el cuadro parece haber recordado Matisse, que le admiraba (como única concesión a la exuberancia meridional, Matisse puso tres). Se diría que la hierba exuda un delicado rocío y una bruma matinal ronda alrededor de los follajes. En suma, en este «paisaje con figuras», como en todas las vistas que pintó en el Sur, al final de la guerra, Matisse «piensa en el norte» (por otra parte, en la misma época irá a trabajar a Étretat). En esos años está de moda la «llamada al orden»: el artista del momento es Derain.

Matisse compone de acuerdo con los aires del tiempo, pero sin traicionar sus convicciones. Fue a través del paisaje impresionista como, en sus inicios, accedió a la modernidad: hacia él se esfuerza ahora por volver. No hay que decir que no lo conseguirá: al simplificar, o mejor, al acusar los elementos de la composición, devuelve imperceptiblemente al presente, en otras palabras, al plano pictórico -ese imperativo categórico de la modernidad que él mismo había contribuido tanto a imponer en su momento-, una escena que parecía destinada a deslizarse suavemente hacia el pasado. Las dos jóvenes no subirán a la acera mecánica que, bajo el aspecto de una avenida, desciende detrás de ellas.

Lo que a Matisse le interesa más que todo -lo dijo en 1908- son las figuras. Desde Le bonheur de vívre, 1906, sueña con reintegrarlas en el paraíso
de la decoración, que se confunde con el plano pictórico. Pero el papel de ese fondo no podrá ser mantenido por el paisaje, demasiado difícil de conciliar con la estética de la decoración que constituye a partir de entonces su gran objetivo, entrevisto en Marruecos en 1912-1913, interrumpido por la guerra y provisionalmente en suspenso. No realizará hasta un cuarto de siglo más tarde el cuadro concebido como alfombra. 


Mientras tanto, pinta alfombras colgadas en las paredes y papeles murales que imitan el mármol o la cerámica, así como celosías, muebles, accesorios y trajes exóticos; todo un decorado artificial que hacía olvidar en los cuadros la presencia de verdaderas paredes y el recurso a los procedimientos pictóricos elaborados por Occidente para hacer mensurable su espacio. Confinadas en estos interiores, en los que el mundo occidental sólo entra por la ventana, las figuras esperarán que Matisse sepa y se atreva finalmente a introducirlas en el jardín edénico de la decoración. Conversación bajo los olivos, que se cuenta entre los últimos paisajes pintados por Matisse, es aquel en que las figuras se despiden de la naturaleza.



Mercedes Tamara
2-07-2018
Bibliografia ForoXerbar